--- Viejo……--- indicó el mesonero --- como si yo viviera de vagos que no pagan, ve a buscar quien te mantiene limosnero, vaya con lo que a mi me cuesta mantener la hostería.---
Los perros ensimismados ladraban a más no poder iniciando un cantar de la noche que se había quedado en silencio. El bulto mal oliente, cargado de trapos, se revolcaba, buscando donde guarecerse en el dintel de una puerta para defenderse de la pertinaz llovizna, el cuerpo de despojo humano cundido de llagas que circundaban las manos, los brazos y las chaquirrias envueltas en harapos hasta los pies, le daban un aspecto desagradable, detrás de una masa de pelambre que rodeaba su cara se dejaban ver los labios resecos y costrosos de un hombre o de lo que quedaba, los sacos de brin que constituían su vestimenta tenía mas agujeros que una red; empujándose con su pierna derecha, se hizo hasta la pared, hasta incorporarse y quedar semi sentado en la grada de un portal.
Se metió la mano al pecho para rascarse, los bichos propios del abandono que le carcomían hasta el alma, de no se sacó unos pedazos de manta que extendió sobre la banqueta de ladrillo de barro y colocando las manos alrededor de su cabeza se dejó caer sobre la improvisado sitio de dormir. Tres días hacía que no probaba bocado y la infección que pululaba en su cuerpo le prendía en fiebre; la angustia y el abandono en que se debatía, eran como las penas y los pecados que corroían su alma, hasta que se quedó dormido o quizás perdió el conocimiento.
Cuando despertó, se sorprendió, estaba en una habitación, que por cierto no era muy iluminada, se incorporó, estaba en un catre de madera, los rastros de la ropa que cargaba había desaparecido, alguien se había hecho cargo de él, las llagas y las lesiones de su cuerpo se encontraban limpias y embadurnadas de balsámico. Limpio, sin esos animalejos que le daban urticaria y comezón, se restregó la cara como insistiendo de estar aún soñando, se percató que la melena que había dejado crecer de abandono, así como las greñas de barba que caía de su cara, había sufrido un recorte, como era eso?; trató de ponerse de pie, pero la debilidad aun le afectaba, algo había sucedido, durante su larga perdida de razón y no se sabía que, ni su conciencia se había dado cuenta.
La puerta después de un chirrido, se empujó en pesado madero, que se abrió en una hoja, en el dintel de la puerta apareció un hombre de baja estatura, con un tazón en la mano, sus sandalias de cuero rechinaban mientras daba el paso, se acercó hacia él.
--- Hermano como te encuentras…. Traje esta sopa para que te alimentes y recobre pronto las fuerzas…. Muchos días la has pasado en esta morada, cubierto de fiebre y delirando por la enfermedad. Pero a Dios gracias estás en recuperación.---
--- Donde estoy?--- alcanzó a preguntar mientras tomaba un trozo de pan y lo metía dentro de la sopa.---
--- Podéis estar tranquilo, se ve que tiene hambre, signo inequívoco de tu mejoría, tuve que lavar tus heridas y cambiar tus ropas con el fin de que el mal te abandonara, se te ha puesto aceites y balsámicos para cicatrizarte, recuérdate del Señor tu Dios, tu alma es una, la que también tienes que curar.-- Te dejaré solo para que puedas meditar, orar y recuperarte.---
El hombrecito sencillo, de paso sereno, deambulaba por las calles de aquella villa en busca de enfermos que se quedaban abandonados, de ancianos que no tenían quien por ellos, de mujeres y niños que por su enfermedad eran desahuciados, les recogía, llevándoles en hombros hasta la casa de Belén, donde con sus sacrificios y buenas obras había levantado, en ella les proporcionaba alimentos, les curaba a los enfermos, les reconfortaba a los abandonados, cuidaba a los ancianos de cuerpo y de alma, era su tarea de buen corazón que le llevaba a buscar en todo ese lugar a sus semejantes en problemas.
Se hacía acompañar de una campanita, la que le anunciaba por las solitarias calles, sin cansarse de clamar a Dios, quien le daba las fuerzas suficientes para su continuar con su loable tarea y repetía sin cesar el estribillo
“Acuérdate hermano, que un alma tienes nomás,
si la pierdes… ¿Qué harás?”
--- Hermano Pedro de San José de Betancourt, hermano mío --- le indicó Esteban, el enfermo--- le he pedido las bendiciones al Señor mi Dios, para que me el alma y me permita hacer de tu vida mi ejemplo, acompañarte en tu cruzada de amor, quiero seguir tu camino, tus admirables ejemplos y servir a mis semejantes como lo haces tu.--- ¿de donde obtienes la fortaleza para hacer este trabajo tan duro?---
--- Todo viene de Dios, la humildad con la que practicas para servir a tus semejantes, viene del Todo poderoso, de la oración que alimenta el alma y de las penitencias que te reconfortan.--- Hermano Esteban, si has de abrazar una vida de sacrificios para servir a Dios, tienes que saber que es muy dura, plagada de conflictos, pero es de mucha gratificación, con gran humildad en el alma y si tu corazón te dicta que debes de seguir los pasos de la penitencia, verás recompensado tu afán, eres bienvenido a luchar por los semejantes, ojalá mas hombre y mujeres como tú, se pudiesen abrazar en nombre de la fe para servir a Cristo.---
--- Pedro, visitaré a los sacerdotes del templo, buscaré al Señor mediante la confesión, para tener en paz mi alma y luego haré mi recorridos en busca de las almas de los fieles que caen en manos de la enfermedad y el abandono, para traerles a este lugar que hace algún tiempo me sirvió a mi de refugió… tu eres el que les cura el cuerpo y el alma, haciéndoles volver a tener fe en Dios, yo solo soy un instrumento de tu bondad.---
--- amigo, como tu hay muchos que han seguido los pasos de Cristo, en este peregrinaje por esta tierra, ayudando a los desvalidos, hemos de unir nuestros esfuerzos y en el altar donde se encuentra el Cristo crucificado, inclinar humildemente la cabeza y ofrecerle con el corazón nuestros trabajos y penitencias a través de repetir la oración que el mismo enseño:
“ Padre Nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre……”
Y como el humo de las veladoras, las palabras tomaban altura, dirigiéndose al cielo, la sencillez de los hombres, cruzó paredes y se elevó hasta los confines del cielo, para ser escuchados por el Altísimo.
A lo largo de los tiempos el símbolo de la campanita, el altruismo, la caridad y la entrega al trabajo de Dios, dio origen a las Ordenes Betlhemitas, dedicados a curar y cuidar a los enfermos. Cuentan así la historia de una varón de corta estatura que desvelado recorría las Calles de la Ciudad de Santiago de los Caballeros, ahora Antigua Guatemala, derramando sus enseñanzas, bondad y caridad para sus semejantes que le valieron ser parte de la historia de esta Guatemala.
Cuyo justo premio a través del Peregrino Juan Pablo II, paso a formar parte de los santos de la corte celestial, canonizado como SANTO HERMANO PEDRO DE SAN JOSE DE BETHANCOURT.
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