miércoles, 18 de mayo de 2011

17 LA VIEJECITA

 Era una de esas mañanas calurosas del mes de abril, con el sol en su máximo esplendor, que reflejaba en sombras, a los transeúntes que deambulaban por la avenida; acompañada de un bordón de madera, una viejecita se dirigía al templo, aquel que queda frente al Teatro Abril, en la 14 calle.

Todos los días por más de veintitantos años, ella acudía a los servicios religiosos, que se llevaban a cabo en el Templo de las Beatas de Belén; a pesar que era de origen extranjero, gran parte de su vida la había compartido con su familia en estas tierras; ella por cierto era una persona católica practicante muy devota y fiel.

Ya el cura de la iglesia la conocía, como una de sus más asiduas fieles de la parroquia, ya que en múltiples oportunidades le había encontrado orando, en las bancas de la iglesia y se había detenido a saludarla y charlar con ella.

Yo la conocía muy bien, había compartido en su casa, con el menor de sus hijos, los desvelos del estudio de la secundaria y de la Universidad, y siempre encontré en ella una persona dulce, amable, cariñosa, que compartía y atendía a todos cuantos llegábamos a su casa. Yo era como de la familia, había aprendido a departir sus costumbre un tanto extrañas para nuestro medio.

La familia era de origen chino, pero junto a su esposo y sus hijos se habían establecido en esta Guatemala de la Asunción, dedicados al comercio; aquí había conocido la religión católica a la cual se había convertido y habían inculcado a sus hijos, por lo que en algunas ocasiones cuando visitaba el templo se hacía acompañar por alguno de sus nietos, a quienes enseñaba su fe y amor a Dios.

Ese día, el sacerdote la vio cuando asistió a la misa de las 8.00, y cuando se acercó a el altar a recibir de sus manos la comunión, le observó un raro destello de luz que iluminaba su rostro, de por si ya pálido, la anciana había escuchado fervientemente la misa; y cosa extraña, había sido la única persona en recibir la hostia consagrada ese día; la señora permaneció un instante de rodilla, se santiguó, se puso de pié y retiró hacia su lugar en las bancas del templo.

Acabado el servicio, el sacerdote, se dirigió a la entrada del templo, donde saludaba a los feligreses que asistían al servicio religioso, más sin embargo esa oportunidad, lo hizo con la idea de saludar a la viejecita, quien tenía algunos días de no asistir a la iglesia. Esto sucedía solo cuando ella se encontraba enferma.

Desde la sacristía la vio retirarse hacia la salida y notó que una luz cubría su cuerpo, como un resplandor. El padre se cambió de ropa y se dirigió al atrio, pero ya no la encontró, caminó hasta la acera de la avenida pero había desaparecido. Un poco con pesadumbre el cura regresó hasta la sacristía, pensando en la serie de cosa extrañas que le habían sucedido, y de las cuales no se podía explicar.

Más tarde.

-- ¡ Padre, Padre ! -- le gritó el acólito -- le buscan --

El sacerdote salió de la sacristía hacia el frontispicio del altar, para ver de quien se trataba. Allí encontró a un hombre delgado, con rasgos orientales, chino, que nerviosamente se dirigió a él y le dijo:

-- Sen-fú, Padre; mi madre le necesita, quiere que vaya a la       casa --

-- Doña Susana, ¿ Cómo, si la he visto hoy por la mañana ?, estuvo en misa, pero, ¿ Qué le pasa ?

-- ¡ Esta mañana !, pero si amaneció muy delicada y no ha salido de la casa, me pidió que le viniera a llamar, que por favor, venga, que necesita hablarle.--

-- ¡¿ Pero como has dicho, que no ha salido de casa, si yo la he vista aquí en el templo ?!--

-- Hoy por la mañana, al despertar, pidió hablar por teléfono con mi hermano en los Estados Unidos; pero se ha puesto muy mal, he llamado al médico y he venido a pedirle a usted que me acompañe --- Está bien, pero esto me tiene confundido.--

-- Por favor Padre, apresúrese --

El sacerdote procedió a recoger en la sacristía, un pequeño libro, un frasco de agua bendita y su estola, la que siempre usan cuando administran los sacramentos, y acompañó al sujeto. Casi a trote bajaron por el costado del edificio de la Sanidad, tomaron la décima avenida y luego cruzaron en la quince calle, hasta llegar a la casa de la familia.

El llanto de la familia, se dejaba escuchar, en el patio interior de la residencia; del cuarto localizado frente al garaje, en ese momento salían un médico amigo de la familia, acompañando al esposo de la señora, un viejecito de baja estatura, con su cara desfigurada por la pena.

-- Se hizo todo lo posible, su corazón se encontraba débil y no soportó. Un infarto fue la causa. Hay que tener resignación.--

-- ¡Falleció padre, mi mamá falleció -- le indicó su hija, mientras se acercaba al sacerdote, con lágrimas en sus ojos.--      ¡ Nos dejó mi madre, nos dejó ! --

Ella había permanecido al lado de la ancianita toda su enfermedad.

El sacerdote se acercó al lecho, tomó y besó la estola, se arrodilló a la par de la cama, se santiguó y oró por ella.

Ella era, la misma, la hermosa viejecita que todos los días visitaba su iglesia y que precisamente ese día, estaba seguro, había recibido de sus manos la comunión.

-- Oremos hermanos, por el alma de nuestra hermana Susana; dadle señor el eterno descanso.--

-- La luz perpetua le ilumine.-- respondieron en coro.

-- Padre nuestro que estás en los cielos......................

.... amén.

Después de la oración.

-- Padre, le estamos muy agradecidos, que haya venido a darle la extremaunción a mi mamá; ella su último deseo fue de recibir de sus manos la Santa Comunión, pero ya no pudo asistir a la iglesia, tenía ya algunos días de no salir, ni de levantarse de la cama.--

-- Al contrario hija, los caminos de Dios siempre son misteriosos, y la fe de tu madre, le hizo cumplió con su deseo, no se como explicármelo, más que como un milagro. Te se decir que doña Susy, visitó hoy en la mañana el templo, escuchó misa y recibió la comunión, Dios es muy grande y Todopoderoso, él le permitió comulgar por última vez.--

El Rosario de Pétalos de Rosa que le había regalado la mamá del Gordo, y que siempre utilizaba para orar y comunicarse con el Ser Divino, siempre le acompañará, por toda la eternidad.

Y en nuestro corazón siempre permanecerá el recuerdo de doña Susy, la hermosa viejecita.

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