miércoles, 18 de mayo de 2011

20 TODITOS MUERTOS

 
-- ¡Oí María!, ¡Oí!..... pues, los chuchos como ladran... levantate pues, ... mirá que relajo es el de las gallinas.---

-- Hay, Julián, a lo mejor es el gato e'monte, que tal si mejor te levantás vos, a ver.....yo tengo frió. –

--- ¡Tenés frío o…o miedo!

--- Pensá lo que querrás, al fin vos tenés la responsabilidad, acaso no sos el hombre  de la casa, pues.---

          Los perros cansados de latir, se acompasaban con las chicharras y los grillos; junto al alboroto producido por las vacas en el establo, junto a los marranos en sus cochiqueras, presagiaba que algo estaba sucediendo. Las ráfagas del viento de la madrugada silbaba en el patio del rancho, haciendo que el frió penetrara por las rendijas de la lepa y se dejara sentir mas intenso; la luna pálida que se aparecía entre el montón de nubes daba señas de esconderse, tímida, anticipándose a la salida del sol.

          El caballo relinchaba, y en nervioso trote se paseaba de un lado al otro en el corral, con sus cascos golpeaba la talanquera, con las patadas como que insinuaba un déjenme salir. Las gallinas estaban tan alarmadas que empezaron a volar entre los árboles, algunas caían atontadas hasta el suelo, al no sustentarse en las ramas que les daban dormitorio.

          En silencio y escondiéndose en medio de la penumbra una columna de hombres con trajes verde olivo, cascos, gorras pasamontañas, cargados de fusiles M-16, se escurría entre la maleza en las inmediaciones del monte donde se enfilaban hasta llegar a la orilla del caserío. Entraron hasta el medio del frente de la casucha que servía de iglesia, se colocaron en posición de media luna, unos acuñados con los otros; sin decir amen soltaron las primeras ráfagas de metralla, la que tableteaba al chocar con las palmas, la lepa y el adobe de las paredes de las chozas; las luces incandescentes que vomitaban los GALIL, y los extraños traca, traca de la fusilería, recordaban el repugnante hielo de la muerte frente al paredón de fusilamiento; cada instante se hacía eterno al dejarse escuchar más y mas, la tupida la balacera; los cántaros desposolaban en mil pedazos. Los gritos de la gente y el escándalo de los animales, desgarraban en cualquier lugar dando cuentas del hálito de vida que se escapaba por las rendijas de los ranchos.

          Las súplicas constantes, no eran tomadas en cuenta, mas bien era como la orden: ¡HACER FUEGO!, que conminaba a la soldadesca a cumplir la consigna de arrasar, matar.

--- María, María -- dijo quedamente -- estas bien...!

-- ¿ Que está pasando, vos --

-- No oís, pues, que el ejército, vinieron a acabar con todo --

          Ni bien había terminado de hablar, una segunda descarga de fusilería desparramo, las tablas por encima de sus cabezas. Los pocos trastes de peltre cayeron descantillados a lo largo y ancho del cuarto.

-- Hijos... nos están disparando, agachate mujer, ... tapate con lo que podás, a lo macho, hoy si nos llevó puta....¡ de esta no salimos….! Mejor sacate a los patojos.... ! por atrás te vas corriendo, te metés al monte, y QUE DIOS TE ACOMPAÑE!..., picale mujer, por atrás....ándale, yo voy a ver como te alcanzo, mas después.--

          La mujer salió por detrás de la covacha, con un niño en los brazos y el otro casi que arrastrado. Y repetía alarmada, en su loca carrera de salvación:

-- ¡Hay mi Dios! ¡Hay mi Dios! -- jadeando ante  el esfuerzo de acarrear a los hijos.

          Julián se tomó su tiempo, pero al ver que era imposible huir, se asomó a dintel de la puerta, corrió hasta donde se encontraba la entrada del granero, levantó unos tablones en el suelo, en su interior se encontraba un agujero donde guardaba un tinajón de caldo de frutas, se metió en él. En las afueras la gente corría despavorida, gritando por su vida, mientras eran perseguidos y sacrificados, pasados por las armas. Los soldados husmeaban y pasaron varias veces junto al escondite, pero no se percataron de la presencia del hombre.  Desde allí vio cuando le dieron fuego a su rancho y el corral de los animales.

Quince años después:

          ¦¦" Ahora dicen que soy de los refugiados, repatriados etc. y me trajeron hasta donde dis que quedaba mi parcela...., todo está cambiado...., pusieron como a una legua un destacamento militar, que me voy a recordar donde quedaban las cosas, que va... eso fue hace bastante tiempo... acaso el monte, los árboles no crecen pues..., hasta las piedras cambian...., Las veredas se parecen pero que me voy a recordar..."

“Yo les dije al puro ojo, y cabal... tantito donde escarbaron… así como de una vara empezaron a sacar los huesos..., de todos tamaño, trapos, pedazos de ropa. Y fueron formando los esqueletos, las calaveras mostraban los agujeros de las balas. Allí los tenía encima de unos tapescos, como rompecabezas, púchica eran veintiséis los que encontraron..., no me imaginaba que este caserío tuviera tanta gente..., ansinita eran los huesitos, que dijeron eran de los patojos. "

          Fue cuando los de la MINUGUA...., así es como que se llama, me pidieron que les contara lo que había vivido en esa oportunidad. Les dije que había ya pasado un buen tiempo pero que jamás había olvidado la experiencia. Esas cicatrices que habían quedado en mi alma eran muy grandes.

Así empecé el relato:

          ¦¦" Días antes de la masacre, un grupo de guerrilleros se hicieron presentes, en la aldea Río abajo, donde se gueviaron las gallinas, unos sacos de maíz; y se desaparecieron cuando supieron que unas columnas del ejercito los andaban taloneando, otra cosa  que decían las bolas que en otros pueblos habían acabado con la gente que eran de los colaboradores. Pero aquí, en este caserío, ni señas de subversivos ni nada.

          ¦¦"Ese mero día ya estaba amaneciendo y  aun se dejaban escuchar algunos disparos desperdigados por los alrededores; a unos cuantos metros de distancia, dos soldados arrastraban a un hombre que se resistía y mientras se revolcaba en el fango, les gritaba -- Suéltenme... ¡hijos de puta!

          Era el Maco, mi vecino, que intentaba zafarse, un tercero que parecía un oficial, sacó su 45, se la puso en la cabeza y ¡ zazz !, se lo echó, allí mismito le dejaron tirado. Mas allá, Doña Juanita corrió la misma suerte mientras daba de gritos y lloraba, agachada sobre su marido, cerca de la puerta de su rancho, muertos también. Los gritos desolados de los heridos, servía de fondo a los lamentos de los lloraban a los muertos.

          Yo allí metido en el hoyo, me cagaba del frío y del miedo..., en esas estaba cuando un patojo salió corriendo de entre los matorrales y lo alcanzó una seguidía de balas, que lo hizo caer aparatosamente delante de donde yo me encontraba. Inconscientemente grite..., me mordí la mano y  me agaché hasta donde pude, allí zampado junto a la olla de cusha, para que no me vieran; No cabe duda.... solo porque Dios es muy grande y misericordioso, no me vieron, los huesos me tronaban y las quijadas me tastaseaban, suerte tuve. No se cuanto tiempo pasó, mientras me encomendaba a Dios, pasaron las horas y la tropa se retiró ---

-- Y mi mujer..., ¿qué?, los patojos, a saber -- en ese momento lo que mas me preocupaba era salir de allí...

          La humazón se dejaba ver por las copas de los árboles, todo lo habían quemado, cuando salí del agujero, vi una escena de desolación, pero ni los animales había dejado vivos. Corrí hasta el otro lado de la aldea, donde estaba el rancho de mi hermano, allí estaba él, en su hamaca, embrocado, uno de sus brazos caía por el costado, guindado, hamaqueándose sobre un charco de sangre. ¡Que...!, ni tiempo a levantarse le dieron. Lo único que se mantenía de pie de su rancho, era parte de la armazón del techo, así como el marco de la entrada, me hice al interior y alcancé a ver uno de sus hijos, un patojo como de once años, el Pepito, mi sobrino, estaba encima del bracero, sin vida... quemado, me pareció que le habían rajado la panza con un corvo, como para asegurarse.

          A los Chocoy, los habían amarrado en las trancas del corral y los había rociado con plomo, crucificados, destrozados junto a sus animales.

          Estaba descorazonado y cada vez mas pensaba en mi familia, a saber como les había ido, si habían podido huir. Nadie estaba vivo, habían acabado con el caserío y francamente. ¡ No se por que !, no éramos guerrilleros, nosotros estábamos en medio de la guerra y poniendo los muertos. Cuantos pueblos habían acabado así, niños, ancianos, mujeres, de todo, los habían borrado de la tierra. 

          Recogí algunas cosas, de comida, un tecomate...  mi corvo y salí de allí, llevaba un nudo en la garganta, toda mi gente la habían acabado, tuve que mantenerme escondido por un tiempo. Lo que mas me daba cheles era para donde agarrar, que sería de mis otros familiares, no sabía de la María y los dos patojos.

          Al día siguiente dos camiones de soldados y un tractor llegaron a inmediaciones del lugar, cavaron un gran hoyo. Los zopes se encontraban circulando en el aire en busca de la carroña, había ya un pestilente olor a muerte. Como quien tira cualquier cosa, apilaron a todos los muertos en el agujero, vaya si no... fácil tal vez, eran unos veinte y tantos; Chendo, su mujer y las tres muchachitas; la mujer de Lolo, otros mas que no pude distinguir.... allí los echaron a todos; habían recogido a todos los muertos y los enterraron, a la chingada madre... que condenados....Taparon el hoyo; trajeron un patrol y aplanaron... todo el pueblo. Santos sin novedad. Con razón le decían TIERRA ARRAZADA. No dejaban ni señas de nada. Allí había un caserío ahora ya NO!.

          Salí de allí mas que de congoja, que tal, por miedo a que si me encontraban también me dieran aguas. Por eso agarré mis tujas y me fui lejos, no quería ni de acordarme de lo que había pasado, la fui a tener del otro lado de la frontera;.... allá había dejado todo, mi cosecha, mi parcela, mi familia... todo. Allí quise hacer de nuevo mi vida, pero que va como que la tierra lo llama a uno y no es que yo no me las faje para trabajar, ja… soy de hueso colorado y le hago fijo al tormento, pero no que iba yo poder olvidar lo que paso esa vez a mi familia a mis amigos, ni que yo no tuviera alma.

          Así es que mejor decidí regresar, que hacía yo en las Chiapas, de Méjico, comiendo otro maíz que no era el mío, a lo mejor yo pajareando y mis patojos y mi mujer tal vez muriendo de hambre, quien sabe, Dios que los tenga en su seno, si es que ya no viven. Bueno llegué hasta la frontera y me pasé a este lado, como que fuera mojado en mi tierra, me presente en un campo de refugiados de la aldea y bueno aquí estoy. ¦¦

          Eso les conté, luego me enseñaron una huesos, a saber..., me dijeron que los reconociera, que eran los de mi mujer, pero la María era bonita con el pellejo puesto, así era de galana la trenza que se cargaba y ahora como iba yo a saber si una bolsa plástica llena de huesos era la que me mostraban, pues como tenía un su diente de oro, pues me dijeron los que les llaman forenses que ella podía ser, no se, podría ser, me late que no era ella, quizás no lo quiero creer pues todavía guardo la esperanza que esté viva.... Que tal, que se quedara así, allí vi algunos de los sobrevivientes, dizque reconociendo a sus muertos, pero eran puras calaveras y osamentas, quien sabe….

          Con tal de que descansaran en paz, los fuimos a enterrar, en el nuevo cementerio, es el asentamiento mas raro parece que ahora tiene mas muertos que vivos, con el dolor de mi corazón pero abrigando una leve esperanza le puse una cruz con su nombre María Juárez, QEPD. Y encima le clave una foto, para recordarme de ella, tal como ella era, con su sonrisa galana, corté una flores en el monte y le recé una oración.

...y si  fuera tal mi mala suerte, lo mismo les ha de haber pasado a mis  patojos, si Dios es grande, ellos también están con su nana.....estarán pensado que el muerto fui yo….




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