martes, 17 de mayo de 2011

5 EL CERO NUEVE OCHENTA

Un grito se dejó escuchar en medio de la noche:
Manuel despertó sobresaltado, se sentó precipitadamente en la orilla del camastrón, el sudor invadía su cuerpo las grandes gotas que surcaban sobre su frente, la respiración era jadeante y agitada  que hacía que las gesticulaciones de su rostro evidenciaban su estado. Mientras intentaba poner en orden sus pensamientos, el recuerdo de la amarga pesadilla, se le repetía una y otra vez, ante sus ojos, la cara de ese niño, chorreado, que le miraba fijamente.
-- ¿ Que te pasa ? -- le dijo su mujer, que envuelta en una sábana, compartía el lecho con él -- ¿ Que tenés ? --
-- ¡ Nada... Nada !, fue solo una pesadilla.--
La mujer, mientras se volteaba para el rincón, le replicó:
-- A lo mejor la hartada que te pegaste anoche.--
-- Si..... a lo mejor, me cayó algo mal de la comida.--
-- Ya van varias noches con esta que no dormís tranquilo, ¿ no será que tenés algún problema ? --
-- ¡ Ya, dormite mujer, déjame en paz... ya pasó -- respondió
Se levantó, tomó una toalla, y se dirigió a través de la puerta del interior, salió hacia el patio; junto a la pila, tomó una palangana con agua, en la que metió las manos, y se lo echó en la cara, el resto de lo recolectado lo derramó sobre su cabeza, mientras  se agachaba sobre el lavadero. Luego Se incorporó, colocándose la toalla sobre la cabeza, se restregó, hasta dejarla casi seca.
-- ¡ Maldición ! -- dijo entre dientes.
Después se dirigió a un rincón del patio, a orinar; pero su mente aun se encontraba lejos de allí, dirigida hacia el vacío producido por el cargo de conciencia, de lo que deseaba olvidar.
A la mañana siguiente:
Era día domingo, amaneció desvelado, amodorrado mas que deprimido, sin embargo, unas semanas atrás, se había propuesto sacar a pasear a su mujer, compartir  un paseo; estaba de franco ese día y se le ocurrió ir a dar una vuelta por allí por Amatitlán, a comerse una pepesca a la orilla del Lago, darse un buen baño y tratar de no pensar en el trabajo. Tomó una mochila verde olivo, recuerdo del servicio militar, colocó en ella algunas cosas.
En un cajón con candado que tenía bajo la cama, dejó guardada la 38 del servicio y un cinturón de cuero blanco con unas cuantas balas, así lo hacía siempre que salía de paseo; aunque siempre manifestaba que sin su arma se sentía desnudo.
-- Adela -- vociferó -- ¿ Estás lista ? --
-- Voy -- le respondió, mientras terminaba de arreglarse el pelo con un peine, al que le faltaban algunos dientes.
-- Picale, pues, acordate que las camionetas cuando salen de la terminal, ya van llenas, y de aquí a que lleguemos a tomarla al Trébol, se nos va hacer tarde.--

Habían transcurrido un par de horas y la pareja se encontraba viajando en el autobús, que los conducía al paseo planificado. Manuel se encontraba en el asiento junto a la ventanilla y observaba a través del vidrio, las sinuosidades de la carretera, ella sentada a su derecha, se le recostaba en el hombro, como adormitándose por el vaiven de la camioneta. Lo único que le interrumpía era la charla de los pasajeros y los gritos del pintoresco ayudante de la camioneta, cuando indicaba:

-- Córrase doñita, que es de a tres el asiento.--

Y todo el mundo se apretaba, para darle cabida al recién llegado; algunos protestaban, pero la mayoría, ni se inmutaba de lo que acontecido. En la última parada había abordado al bus, un  niño, de talvés unos 8 años, quien trataba de abrirse paso y transitar entre los asientos en búsqueda de un espacio para sentarse. Al pasar cerca de la pareja, se quedó mirando fijamente a Manuel, quien reaccionó agresivamente:

-- ¡ Patojo chingado, ¿ Qué me mirás ? !.--

-- Manuel -- le indicó su mujer -- tranquilo hombre, que el patojo no te esta molestando,... decime ¿ te pasa algo ? --

-- Ischoco pasmado, como que le debiera algo, se me queda viendo, -- e intentó levantarse, con la intención de agredirle.

-- Vamos hombre, ¡ déjalo en paz ! -- insistió ella -- es solo un chirís, que daño te puede hacer..... me preocupa de saber que mosca te picó, pero de unos días a esta parte te noto raro.--

Manuel, no respondió, se sentó en su butaca y dirigió la mirada hacia afuera de la ventana:

-- Jum -- emitió un gemido.

En el resto del viaje, no dejó escapar ni un murmullo, ni una sola palabra. Llegaron a su destino y todo parecía diferente, caminaron juntos por la orilla de la playa, riendo y cantando. Alegría que desbordaba lo ficticio de lo que pasaba por su mente, Mas tarde, se echaron un chapuzón en el agua. El día había transcurrido a toda prisa, había ingerido algunas chucherías y los dulces famosos del lugar,  por lo que al hacer una pausa de siesta descansando placidamente, recostados en la grama del parque que se encontraba frente a la playa. A pesar de los sarcasmos, charadas, chistes y cuentos que platicaban, el rostro del hombre, no dejaba de reflejar el rigor de sus facciones y la expresión que demostraba que le embargaba una pena. 

Segunda Parte.

En el cuartel, sentado frente a su casillero, sacó un tarro de SIDOL, procedió a limpiar su chapa, la que después de pasarle un trapo, la dejó brillante, como nueva. Era la 0980; la colocó en el extremo de la bolsa de pecho en el lado izquierdo, se arregló el resto del equipo y salió en busca de su compañero, el Sargento Boanerges, de los que llamaban de dedo y que ese había formado a la pura quien vive, en las filas de la policía, él era ya un hombre maduro, con el bigote canado de carácter tranquilo y apacible. Manuel por su parte como de los policías de carrera, se había graduado con honores en la escuela técnica de la institución, recibiendo capacitación con técnicos extranjeros, duchos en la materia.

Las ordenes ya habían sido emanadas por el comisario del cuerpo, por lo que ambos se  les habían encomendado hacer vigilancia en los alrededores del Cerro del Carmen; en ese lugar se habían reportado en los días anteriores la presencia de maras, grupos de jóvenes adolescentes, vagos y delincuentes, que habían perpetrado algunos asaltos a transeúntes, amparados por la oscuridad y sobre todo por la escasa vigilancia en el lugar.

El Pájaro azul les dejó en la esquina de la Iglesia de Candelaria y procedieron a pura infantería a transitar sobre la primera calle hacia el poniente, con paso tranquilo caminaron hasta llegar a la esquina de la once avenida, donde banquetearon un rato; interrogaron a algunos parroquianos, además de lanzarle algunos epítetos agradables a las chicas de la noche que deambulaban por el area. Boanerges, además, con un cigarrillo, hacía borlas con las bocanadas de humo, se dejaba quemar sus pensamientos e ilusiones;  eso hacía que el tiempo transcurriera, con mucha mas rapidez.

-- Esta haciendo frio, ¿ Verdad vos ? -- dijo Boanerges.

-- Vos porque ya estas viejo, te jode el frío, ¡ fresco, es que está ! --

-- Ja, estas rondas, si que me friegan, el reuma, mi amigo, el reuma.-- haciendo una pausa, mientras le daba un chupón al cigarrillo – sabés un par de años mas y me jubilo.--

Después de una breve charla, continuaron caminado, hacia la avenida de las pensiones, luego cruzaron en la segunda calle, donde se asoma la calle empedrada que da ingreso y serpentea  las faldas del cerro y desemboca en la cima junto a la iglesia.

Adelante, se dejó ver un tumulto de gente y el grito de un persona que se dejó escuchar:

-- ¡ Auxilio, ladrones, alguien que me preste ayuda !

Al notar la presencia de la autoridad, varios jóvenes, salieron corriendo en varias direcciones. Boaenenrges tomó su gorgorito y lo hizo sonar varias veces; mientras que Manuel pistola en mano, gritaba como desenfrenado.

-- ¡ ALTO, Deténganse, es la policía ! --

Ambos llegaron corriendo hasta el lugar del asalto, donde encontraron a un hombre tirado que se quejaba, mientras sostenía su abdomen, por donde le brotaba sangre, que manchaba sus ropas.

-- Ayu.. den.. me, me puyaron.-- alcanzó a decir, antes de expirar.

-- Tras ellos, mi sargento, que no se escapen.--

Corrieron por la ladera, resbalando y revolcándose, hasta caer a un pequeño parque, junto a la calle, dos de los presuntos ladrones, había saltado por el peñasco, que se encontraba a los pies de la cruz de piedra a la par de la capilla; con el salto habían alcanzado la cinta asfáltica y se  perdieron en la profundidad de los callejones que conducen hacia el mercado.

Los dos policías llegaron hasta la boca calle, el sargento se detuvo para tomar un respiro, su condición física no era lo bueno que se mantenía unos cinco años antes.

Manuel continuó hasta llegar a la calle del Mercadito, que hace tope con el parqueo de las camionetas extraurbanas. La calle se encontraba oscura, vacía y no se dejaba escuchar ni el chirrido de un grillo. Dispuso entonces hacerse al regreso, cuando pasó por la parte posterior de la Cantina El León Dorado, en el lugar donde crecen unos palos de izote, observó un par de sombras que se movían nerviosamente entre los árboles; con la mano izquierda, tomó la linterna y señaló con la luz, hacia el lugar donde los bultos se movían; eran un par de niños, con cara de asustados y cubiertos con una hojas de papel periódico, al notar su presencia se asomaron entre los izotes.

-- ¿ Conque pensaron que se me iban a escapar ? -- gritó.

-- Señor agente, no somos de aquí, como nos agarró la noche, nos tuvimos que quedar en este lugar.--

-- Y no que venían huyendo; haber donde esta lo que se robaron.--

-- NO señor, no hemos robado a nadie, estamos en este lugar desde hace largo rato.--

Manuel acercándose tomó a uno del pelo y lo arrastró unos cuantos metros, le propinó una patada y de un empellón lo sacudió en contra de la pared de una casa.

-- Patojo hijo de p...., en grupo se hacen lo valientes, yo le voy a quebrar las tenazas -- poniéndole el pie encima del pecho, gritó:

-- Boaenerges, ya los tengo, agarré a dos de ellos.--

El segundo de ellos un muchachito de una 8 años, al verse hostigado, salió corriendo.

-- ¡ BANG, BANG ! -- la 38 vomitó fuego y el chasquido del impacto se hizo escuchar como dos petardos que rebotaron en el cuerpecito del patojo, el que se precipitó al suelo, inerte y boca abajo.

-- ¡ MANUELLLL..... ! -- gritó el sargento, que se encontraba justo en la boca calle -- ¿ Qué has hecho, muchacho...  tonto ?, te echaste al patojo, como vas a justificar esta desgracia.--

-- Pero vos los viste, eran los que puyaron al fulano allá arriba.--

-- Como se te ocurre a vos, estos son apenas niños pequeños, los que vimos arriba, eran mayorcitos, patojos adolescentes, no estos chirices, que a lo mejor estaban pasando unicamente la noche en este lugar. ¡ Dios mío, que has hecho ! -- se repetía Boaenerges, mientras se agarraba la cabeza con ambas manos -- ¡ No tenés idea, de lo que esto nos va costar ! --

-- No se preocupe mi sargento, no se ha perdido mayor cosa, son... son.. NIÑOS DE LA CALLE, quien va a reclamar por ellos; y a éste aquí mismo lo, acabo, y no dejamos testigos.-- luego haciendo una pausa -- Y si no, pues decimos que eran los asaltantes que se andaban buscando desde hacer rato y que no atacaron.--

Se acercó hasta donde se encontraba el cadáver del niño, el que se encontraba de bruces,  con la punta del arma, le dió vuelta y le vio la carita chorriada, con sus grandes ojos abiertos, que le miraban fijamente; en ese instante una gran congoja le invadió el corazón.

....Y despertó una vez mas sobresaltado, la imagen que se le repetía una y otra vez en sus sueños  en su cerebro se prolongaba la agonía; la pesadilla del niño con la cara chorriada, con los grandes ojos abiertos observándole, que le acusaban de una muerte vil e injusta. El jadeo se tornaba en llanto y la desesperación en condena.

 Tercera Parte.

En uno de los salones del la Torre de Tribunales, el secretario del juzgado:

-- Se pone de pie el acusado, Manuel Mujica......

Este tribunal le encuentra culpable del asesinato del Niño Fulano de tal, y lo sentencia a cumplir a partir de la fecha, Cadena Perpetua.

Cadena Perpetua para soñar con la carita Chorriada, con sus grandes ojos abiertos, como pidiendo clemencia en la expiación de un pecado jamás cometido.

--- ¡ NO! --- el grito se escucho a través de los corredores.---


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