....me encontraba en el Campo de Marte, con mis compañeros del Inglés Americano, jugando al futbol; Chispa, Tojo, el chino Chuy, Palomo, Arcía, El Gordo Rodas, con su guardia personal El Beto y su chofer quienes eran los encargados de llevar las pelotas, nos habíamos constituido en el compacto equipo echándole a las patadas en pleno campeonato interaulas del colegio. éramos un grupo de enanos, cursábamos el primer año de la secundaria, y la mayoría andábamos entre doce, trece años, por supuesto debido a nuestra corta estatura fuimos víctimas constantemente de goleadas, propinadas por los de los grados superiores, de imaginarse que para ajuste de penas no habíamos saboreado el triunfo en ningún partido.
Bien pues cierto día nos correspondió jugar con el equipo de tercer año, que aunque no era bueno, el tamaño y el peso de sus jugadores, era el doble de los nuestros. Esa fue la oportunidad que llevamos por primera vez a nuestra máxima estrellas, el pelón Loarca, recién ingresado al colegio, quien era hábil y sabía menear la bola; la esperanza talvés no era ganar, pero si de no recibir tantos goles como era la costumbre.
Si no mal me acuerdo fue un partido super accidentado, en una de las incursiones gestadas por la delantera de mi equipo, la bola llegó a manos del portero, quien sin demora trató de hacer el despeje, en ese momento salté frente a él con tanta fortuna que la pelota me rebotó en la espalda y le fue a dar a la cara, esta le quebró los lentes de sus anteojos.
-- Gordo, hijo de la chingada -- me dijo, -- si te volvés a acercar aquí te voy a patear --.
Era cosa seria pues no solo era más grande, sino que infundían miedo, que tal si después del partido se las cobraba, a la hora de las horas, nadie le hacía upa a uno y lo dejaban solo; pero en fin éramos cuates y todo pasaba al calor del partido. A lo lejos escuchaba las maltratadas que desde la portería el Chispa algunas veces me gritaba.
--- Chicho desgraciado, pizote de mier.… ponete las pilas, andate a la delantera, no seas huevón.---
--- Huevón la China Hilaria --- pensaba era el miedo de caer en manos del portero contrario. Y por supuesto no me volvieron a ver cerca del área grande, eso me hizo que me convirtiera en un cuarto defensor y hacer que el milagro sucediera, el Pelón Loarca, en su debut había logrado anotar tres goles que sirvieron para ganar nuestro primer partido, 3 por 1.
El grupo estaba realizado, jamás pensamos que eso pudiera suceder; yo iba súper contento, pues habíamos ganado y sobre todo que mi papá había asistido a observar el partido, como siempre él era el que constituía mi porra personal y del equipo; siempre llegaba y disfrutaba hasta de muladas que hacía.
CUCAJOL
... Fui un poco mas lejos en el tiempo y me encuentro en la estación del ferrocarril de CUCAJOL, pasando la noche, debo de tener no mas de seis años, mi papá me tiene bien arropado y me ha arreglado un lugarcito limpio para dormir; resulta que llegamos tarde y nos dejó el tren para Guatemala, estabamos de regreso de una excursión de pesca.
Fue un día formidable, eché al río mis primeros anzuelazos, sin carnada pero por algo había que empezar, después de varias horas de intentarlo, se me ocurrió, agarrar un trocito de carne de la que se preparaba para el almuerzo y la coloque en mi anzuelo, después de algunos minutos, sentí un halón en la pita, fue tanta la emoción que me puse de pie y al jalarla, la piedra donde me encontraba cedió y fui a dar de cabeza al agua. No recuerdo que pasó inmediatamente, pero cuando abrí los ojos, allí estaba mi papa, me había sacado del agua, tenía mojado hasta el trasero.
--- Agarraste una tu mojarrita -- me dijo sonriente, mientras me quitaba la ropa y me cubría con una camisa de lana que acostumbraba llevar a esos viajes y se la había quitado, para ponérmela.
Por supuesto fue la nota chistosa de la mañana, los compañeros de papa, que nos acompañaban hacían bromas sobre lo que me había acontecido.
Yo tanto tiritaba del frío, mientras me asoleaba para secarme.
Es de imaginarse que cuando estuvimos de regreso en casa fue una merienda de caldo de getas, con mele de irresponsabilidad de no saber cuidar al patojo y de no te lo volvés a llevar con tus amigotes.
Pero yo me sentía realizado, había agarrado un pescadito, y eso valía todo el viaje.
EL CHINO DEL PUERTO
... Como la vez que estando en el Puerto de San José, a papa le gustaba llevarme a los lugares donde le tocaba trabajar, Un Sr. Jiménez, Agente Aduanal, me transportó en su VW Karman ghia, por cierto a mas de 150 Kms. por hora, llegue pálido, agarrándome la gorra de los Yankees y me comí hasta la última uña de los dedos de las manos. Esto sucedía especialmente en mi periodo vacacional, en ese entonces me había llevado a las cercanías de Chulamar, a cacería con el Chino, que trabajaba en la planta de almacenamiento de la gasolina, la realidad es que no me acuerdo de su nombre. Ese fin de semana fuimos invitados a comer palomita, producto de la cacería, que se realizaba en el lugar, que era muy abundante por cierto.
Se transitaba entre los mangales y las plantaciones de banano que bordeaban las instalaciones; entonces, sigilosamente el Chino con arma en la mano, apuntaba a la copa de los árboles y bang.. Una paloma era víctima del plomazo.
-- A ver Juanito, probar tu pulso -- indicaba el chino --
Buzo mi papa, agarraba el arma y a pesar de que desde que tengo memoria usaba lentes, pon y por allá, salía yo corriendo en pos del ave, que caía muerta.
-- Que tal, si de pronto me dejaban hacer un mi tirito -- pensaba -- que va un chiris como yo, que me van a prestar tremenda arma.
-- Ponete al patojo, Juanito--
Y me dieron el riflón, él me lo colocó sobre el pecho; y dijo:
-- Así se agarra, la mano izquierda sostiene el arma.--
Por más que estiraba mi brazo, no llegaba mas allá de unos centímetros arriba de donde estaba el protector del gatillo, el peso además me hacía estar arqueado hacia atrás.
-- Por aquí se mira -- me dijo, mientras con su dedo me señalaba la mira y luego el punto de la boca del cañón.
-- Vení para acá, en aquella rama hay dos palomas, apuntales.-
Me acerqué con el fin de tratar de apoyar el arma en algún lugar, medio torciendo la nuca, para tratar de ver a través de la mira, se me cruzaba el blanco frente a la vista, que difícil, además que me temblaba el pulso, en una de esas, que atravesé en el campo visual la pieza, disparé, creo que cerré los ojos; pon sonó, estrepitosamente el balazo; esplash, tronó mi fondillo al caer sobre un charco de lodo, impulsado por la violencia del disparo. No me pude levantar, de lo sorprendido que me encontraba, nunca pensé que eso le sucediera a uno a disparar con un rifle, por supuesto que nos reímos después del susto y de la gracia que me había tocado vivir.
-- Le dí o no -- pregunté
-- Seguro -- dijo el chino -- no miras pues, que la paloma, atrás lleva el hoyo...... --
Así era mi viejo siempre compartiendo conmigo, las aventuras que a uno le pasan de patojo; talvez no de tan buenos cuates porque jamás pudimos comunicarnos adecuadamente, nunca tuve la confianza de contarle lo que me pasaba, lo que pensaba, las ideas que tenía, mis penas de patojo, los clavos que a cualquier muchacho de la edad de la adolescencia le toca pasar, metepatas etc.
La verdad le tenia miedo, en mi inexperiencia talvez, creía que me iba a regañar o increpar por lo que me pudiera suceder y tantas veces preferí quedarme callado, y pasar tragos amargos con tal de no tener algún grado de desaprobación. Pero el tiempo pasa y dice uno cuan equivocado estaba, si el mejor consejo pudo haber estado en él.
En el mejor de los casos, trasmitir la experiencia a mis hijos es como evitar que suceda lo mismo, pero uno no se da a comprender o tarde aprende a comprender. Aprendí a no tenerle confianza, a no pedirle nada, a desear muchas cosas y quedarme con las ganas, por no romper el hielo de la comunicación, talvez el temor a una negativa o a enfadarlo, creo que jamás fui enseñado o me dejaron dirigirme de palabra con él. Que mal andaba la cosa, pues después de tanto tiempo y haciendo un recuento histórico de la memoria, cada vez que me armé de valor, o se me dejó o dio la oportunidad de pedirle algo, nunca me lo negó.
Recuerdo la ocasión en que fue la única excepción a la regla, cuando estaba a un año de graduarme de bachiller, a través de una serie de cartas le pedí que me comprara un automóvil, era muy peculiar como le pedía yo las cosas, le fui dibujando en una serie de varias misivas la figura de un escarabajo VW, que era la moda de los patojos de mi época, me dijo que aun no tenía edad para eso; me animé a hacerle la solicitud, pues dos o tres de mis compañeros ya les había comprado carro y que tal, yo no me quería quedar atrás; nunca por cierto me animé a decírselo de frente como deberían de ser. Vaya pues conté para variar con la oposición o la indiferencia de mi madre. Es difícil para un muchacho en esas condiciones de aceptar semejante negativa. Me puse insoportable, armé un berrinche y le dije hasta de que se iba a morir. Nada comprensivo por supuesto; pero al fin y al cabo lo acepté. A Dios gracias, creo que tenía razón.
Creo que por allí andaba la cosa, las comunicaciones eran indirectas y las pocas casi siempre eran a través de mi madre, y con toda certeza que la información que le hacía llegar era la que ella le quería hacer saber y no mis inquietudes reales y verdaderas.
Mi débil carácter también fue factor importante en hacer que esa armonía no redundará en una mejor relación de padre a hijo, quizás pudieron haber sido resueltos muchos de nuestros problemas, incomprensiones, aspereza que en algún grado se dieron en el transcurso de la vida. Maduré psicológicamente tarde, cuando logré quitarme la influencia matriarcal, entendí muchas de las cosas que me pasaban. Como era que ha veces resultaba en contra o peleando sin motivo aparente o talvez influenciado por terceras personas.
Parte de la inseguridad que manejaba en esas ocasiones. Nunca supe como piensa y ahora menos, quizás lo que él quería para mi era diferente, talvés esa realización que imaginó en mi, nunca se dio. Al igual que yo, jamás encontré el canal adecuado para hacerme comprender. Quizás a él también le paso lo mismo, creo que apenas conoció a su padre y muy pocas veces pudo contar con sus consejos.
Pero el tiempo a pasado y ahora es de enmendar la plana, es tiempo de decir cuanto te quiero papá, cuan feliz me hizo recordar esos momentos, cuan importantes fueron en mi vida, el saber que compartía algo conmigo. Ese vació que se creo entre ambos quedó atrás.
Hoy vamos a hacer un acto de fe ferviente, vamos a romper esa dificultad de diálogo, ese poder compartir, sin miedos, sin penas, con franqueza y humildad; somos de un tronco común, sangre de mi sangre, lágrima, tesón, templanza y anhelo de ti mismo.
Espero que me permitas decirte lo que siento por ti, sin ningún tipo de interés. No piense que te quiero hablar para pedirte algo material, es algo más, tu comprensión y tu cariño.
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