jueves, 19 de mayo de 2011

26. PENSABA

Pensaba incesantemente en ti, el viaje había sido largo y monótono pero el destino estaba cerca, los verdes campos se habían teñido de blanco con las primeras nevadas. Caminé desde la carretera hasta posarme en la puerta de la casa, la cabaña de madera que siempre me hacia recordar los tiempos aquellos, esa aventuras juveniles que llegaban a mi memoria cuando te conocí. Y allí estabas linda como siempre, luciendo un sweater de lana cuello alto pegado a tu cuerpo que daba realce a tu figura atrevida, me hiciste penetrar a lo acogedor de la habitación. El ambiente de fiesta navideña se hacia encender con la chimenea, en una butaca de cuero te recostaste coquetamente, y mientras me tomabas de la mano me atraías; de senté en la alfombra a tus pies, ocultando mis manos alrededor de tus piernas me recosté en tu regazo. Que fantasía aquella, después de tanto tiempo de ausencia, me reconfortaba. En la mesa de centro, bellamente decoradas se hacían indicios un par de copas de vino, era el tiempo del brindis.

---Salud por nosotros--- dije en voz baja. Mientras tú disimulabas una sonrisa acompañado con una lagrima juguetona.

---Por no…sotros.---respondiste pausadamente, como quien no lo quería creer.

Luego te acercaste a mí mientras acariciabas mis cabellos, yo te rodee con mis brazos, buscando con mi frente mezclarme con tu pelo, y ronroneando en tu oído, en busca de ese sortilegio de mujer de piel calida y suave; te vi. Alborotar tu pelo mientras sacabas el sweater sobre tu cabeza, pero yo no quería dejarte te apreté contra mi pecho como ahogándome en el consuelo de tenerte tan cerca una vez mas, me arrullabas con tu aroma y con el tarareo de aquella canción que alguna vez fue la nuestra.

          Fuimos parcos en el hablar, tu mirada se cruzaba con la mía como creando o quizás reconstruyendo un pasado que fue hermoso y que la distancia había disuelto en otras ensoñadoras ilusiones. Charlamos, mentiras o no eran e hilo de una fantasía maravillosa que nos llevaba a lo mas alto de nuestras vidas, tanto te conocía que en ocasiones, como que adivinaba tus palabras, pero así, así tomados de las manos habíamos jurado amarnos perdurablemente un tiempo atrás, y esas promesas habían salido como viento para unirnos nuevamente.

          La tarde circulaba en ráfagas del viento helado silbaban en los rincones de la casa, esa estampa de una pareja de enamorados se había detenido en el tiempo, tras una inmensa proclamación de un te amo, matizado de abrazos y besos que implementaban el juego del amor. Y el momento del olvido se pasaba por las mentes, al reflejo de las llamas inclinaban el espíritu ardiente de una caricia que se recorría por las curvas de tu cuerpo, el suave roce de tu piel junto a la MIA se hacia vehemente con la magia de quien descubre un tesoro por largo tiempo escondido.

La cera de las candelas que sudaban alrededor se cristalizaba, sostenidas en el AIRE mientas la luz de la vela re reflejaba en lo blanco de tu piel, ese exquisito cuerpo que incitaba al amor, se hacia tierno y fugaz entre mis brazos, y no se mis besos implacables se anidaron hasta en las sombras, mis manos se entrelazaron con tus cabellos y tu corazón palpito al unísono con el mío. Toda tu, tu rostro, tu cuello tus pechos, piernas y caderas era la culminación de una palabra que iba mas allá de lo que es belleza, encantos sublimados, en tus adentros.

Hicimos que el portal del amor fuera indeleble, que la agonía de un suspiro fuera un mas, de un te amo, el choque de las olas reconfortaron la tranquilidad de las aguas profundas. Fuimos uno solo, una promesa, una fusión del alma y el cuerpo; Tú y yo como una quimera de arrebatos incandescentes de ser el uno del otro. La noche insistió en la calma, el viento helado que corría como asustado se escondía bajo la rendija de la puerta, mientras el reposo de egos, saboreaban las mieles de Amor.

Afuera circulaban los halitos de mi voz, que se asemejaban en el eco de las montañas, repitiendo al unísono el vaho de mis adentros, mientras tanto contemplaba a lo lejos los acantilados de nieves eternas, que se dibujaban como mantos vírgenes del paisaje nórdico, el teñido de los árboles de ramas quejumbrosas, sin hojas, que se enfrentaban a la furia helada de la naturaleza, buscaban al estirarse, es asomo de un pequeño rayo de sol que muy tímidamente se asomaba sobre los picos de los montes. 

A vida para que fuera eterna, como decía el insigne Abdón.

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